Las Setas del Orgullo

Las Setas del Orgullo
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Carlos Pajares Fernández (LRQ)
Un grupo de cinco amigos de ciudad —Lucas, Martina, Iván, Clara y Tomás— decidió pasar el fin de semana en una casa rural, alejada del ruido y el bullicio. Querían “desconectar”, como decían ellos, aunque en realidad solo buscaban subir fotos para redes sociales, luciendo su ropa de marca y fingiendo un estilo de vida bohemio. Una tarde, mientras caminaban por el bosque, se cruzaron con un viejo campesino que llevaba un sombrero raído, una cesta de mimbre y una mirada serena. —Buenas tardes —saludó el hombre—. Si van a recoger setas, tengan mucho cuidado. Hay algunas que pueden matarlos con solo un bocado. Los chicos se miraron entre sí y soltaron carcajadas. —Gracias, abuelo, pero tenemos Google —dijo Lucas con arrogancia. —Sí, tranquilo. No estamos en la Edad Media —añadió Clara, mientras le sacaba una foto en secreto para subirla con un filtro “vintage” y burlarse en sus historias. El hombre los miró en silencio, con una tristeza profunda en los ojos, y continuó su camino sin decir más. Los chicos siguieron adentrándose en el bosque y comenzaron a llenar sus cestas con todo lo que encontraban. Entre risas y bromas, se prepararon una cena de lujo con sus “tesoros naturales”. Brindaron con vino, comieron hasta hartarse… y se fueron a dormir, ebrios de soberbia. Ninguno despertó. Los encontraron días después, con los rostros desfigurados por el veneno.





En la cesta que aún quedaba sobre la mesa había una sola seta perfectamente blanca, con el sombrero ligeramente abombado: Amanita phalloides, la “hija de la muerte”.
